También las rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas murieron príncipes que eran como rayos negros, cegados por pétalos de sangre

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lunes, 11 de mayo de 2015

Día N° 100

Casi sin darme cuenta pasaron los 100 días del proyecto para mejorar mi calidad de vida... Debo partir aclarando que las cosas se dieron practicamente tal cómo había previsto, y que sólo tuve problemas alrededor de los días 33-38.
¿Soy más feliz ahora? Me costaría cuantificarlo, pero por lo menos soy más conciente del hecho. Y creo que una vez adquiridos ciertos hábitos y actitudes proseguiré el camino.

Reflexiones al terminar el periodo:
Ser feliz es simple, pero como humanos  nos encanta complicar las cosas. Se necesita tiempo y mucha voluntad.

Precisamente el último día tropecé con varias reflexiones alusivas al tema que me ayudaron a concretar ideas que eran algo difusas. Las parafrasearé a mi modo, usaré clgunos clichés pero por algo funcionan:
Solemos creer que la felicidad es un destino, pero en realidad es el camino que recorremos.
Creemos que seremos felices al obtener determinado objeto o estado, y luchamos por alcanzarlo pero una vez logrado la felicidad dura poco y volvemos a empezar... y así nos pasamos la vida; en realidad la felicidad es más un desacerse de las cargas y presiones que conseguir algo.
Probablemente la felicidad no existe como estado logrado mediante algo, si no más bien al liberarnos del estrés, la prisa, las presiones externas. Y eso es lo dificil. Ser capaz de mantenernos libres de las emociones negativas que nos rodean, las presiones del trabajo, no dejar que nos afecte la gente que nos rodea. Todo eso debe ser conciente y toma trabajo.

Ahora que estoy en camino de encontrar lo que quiero me siento liviana. Y disfruto cada minimo momento posible.

martes, 5 de mayo de 2015

Crisis

La escena, en absoluto cierta, transcurre en el consultorio de Urología de un hospital provincial de nuestra zona.
Hasta allí llega el paciente añoso, bastante desmejorado, con evidentes signos de desnutrición crónica y soportando los trastornos ocasionados por una disuria manifiesta; es interrogado brevemente por el jefe del área, especialista con muchos años de experiencia y una carrera prestigiosa, en la que no falta el antecedente de una pasantía prolongada en hospitales yanquis.
Terminado el corto exámen, surge con claridad la necesidad de recurrir a estudios complementarios para arribar a un buen diagnóstico.
"Fulano", indica el jefe a uno de sus jóvenes colaboradores, "acompañelo al señor hasta el labratorio, que le hagan un sedimento y le dejás todo indicado para un urocultivo, que mañana venga con la muestra".
Pasan unos minutos y oaciente y médico están nuevamente en el consultorio.
- Doctor, al sedimento sólo se lo hacen si es un paciente de la guardia; en cuanto al urocultivo no hay problemas, pero el señor tiene que comprarse el recipiente de recolección, porque en el laboratorio ya no les quedan más.
- Bueno, mirá, hagamos una cosa, llevalo a rayos y que le den un turno para un urograma excretor - resuelve ahora el responsable (no se conocía aún, para el momento de la historia, la muy popular ecografía).
El tiempo transcurre con rapidez esa mañana y el enfermo vuelve una vez más a Urología.
"Discúlpeme, doctor" - interrumpe con respeto el hombre -, "pero en rayos me dicen que el equipo no está funcionando para el estudio que me pide, que quizás el mes que viene me puedan dar un turno..."
El especialista explota en palabrotas; es un tipo extrovertido, jovial, muy ocurrente, dotado de paciencia y acostumbrado a enfrentar los problemas con mucho pragmatismo, pero claro, las dificultades cotidianas y la repetición de situaciones como éstas han comenzado a minar su conformismo; se calma, reflexiona unos instantes y vuelve al paciente.
"Vamos a realizar un tratamiento sintomático entonces... ¡fulano!, vuelve a dirigirse a su joven colega, "mandalo con una receta a la farmacia y que le provean los medicamentos", indica después de precisar con detalle dosis y remedios.
El regreso del doliente es aún más rápido esta vez.
"Doctor, la farmacia cerró a las trece horas, me dijo una enfermera en el pasillo que vuelva a la mañana bien temprano, pero yo no estoy bien y como le dije, vivo en Florencio Varela..."
El conocido urólogo siente que ha llegado al límite de su resistencia, no encuentra acción alguna que pueda procurarle alivio al pobre enfermo; se queda pensativo, se rasca la cabeza unos momentos y volviéndose hacie el descorazonado anciano le apoya una mano sobre el hombro al tiempo que - dejando correr su irónica amargura - le dice:
"Vea mi amigo, el Estado ha dispuesto que usted se tiene que morir", el pobre diablo abre grande sus ojos, "así que ahora se me va...", abriendo y cerrando su mano sobre las magras carnes del paciente, "... y se me sienta en el cordón de la vereda a esperar que le llegue la muerte..."

Nota: Esto sucedió en realidad hace unos cuarenta años; quizás lo más doloroso es que podría haber sucedido ayer y en cualquiera de nuestros hospitales.

Alberto Pérez Núñez - Diga 33... Crónicas y vivencias médicas