También las rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas murieron príncipes que eran como rayos negros, cegados por pétalos de sangre

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viernes, 16 de julio de 2010

Acerca de la Eternidad

Todos pensamos en la eternidad. Hace algún tiempo mis pensamientos sobre el tema se hicieron más frecuentes, quizás porque constantemente leía, veía o escuchaba la palabra o algo relacionado. De tanto pensar en eso de todos los aspectos me acordé de un cuento que leí algunas veces cuando niña, pero poniendo atención en el final en un detalle que casi había pasado por alto y que ahora sin embargo era lo único que recordaba.

Hablo de "La Reina de las nieves" de Andersen. Me encantan sus cuentos, tienen demasiada poesía, y mucho ambiente emocional.
Le pedí a mi hermano que lo buscara y me recordara el cuento entero, pero creo que estaba ocupado; afortunadamente en una hora de espera muy larga se me ocurrió que seguro estaba entero en internet y lo encontré aquí.

Ahora pongo el final, la parte que me interesaba y comentaba. Sugiero leer el cuento completo, o no seguir leyendo si desean hacerlo luego.
Tengo una gran habilidad por erruinar los finales, nunca he tratado de negarlo, pero esta vez lo haré de cara. Conste que avisé.

[Resumen del contexto: Un chico recibe una astilla del espejo del diablo y se va con la Reina de las Nieves en su trineo a su palacio; una amiga sale a buscarlo y hace un viaje larguísimo conociendo a muchos personajes.]

Carlitos estaba amoratado de frío, casi negro; pero no se daba cuenta, pues ella lo había hecho besar por la helada, y su corazón era como un témpano de hielo. Se entretenía arrastrando cortantes pedazos de hielo llanos y yuxtaponiéndolos de todas las maneras posibles para formar con ellos algo determinado, como cuando nosotros combinamos piezas de madera y reconstituimos figuras: lo que llamamos un rompecabezas. El muchacho obtenía diseños extremadamente ingeniosos; era el gran rompecabezas helado de la inteligencia. Para él, aquellas figuras eran perfectas y tenían grandísima importancia; y todo por el granito de hielo que tenía en el ojo. Combinaba figuras que eran una palabra escrita, pero de ningún modo lograba componer el único vocablo que le interesaba: ETERNIDAD. Sin embargo, la Reina de las Nieves le había dicho: -Si consigues componer esta figura, serás señor de ti mismo y te regalaré el mundo entero y un par de patines por añadidura-. Pero no había modo.
-Tengo que marcharme a las tierras cálidas -dijo la Reina de las Nieves-. Quiero echar un vistazo a los pucheros de hierro. Se refería a los volcanes que nosotros llamamos Etna y Vesubio. Les pondré un poquitín de blanco, como corresponde; y además les irá bien a los limones y a las uvas.
Y levantó el vuelo, dejando a Carlos solo en aquella sala helada y enorme, tan lejana, entregado a sus combinaciones con los pedazos de hielo, pensando y cavilando hasta sorberse los sesos. Permanecía inmóvil y envarado; se le hubiera tomado por una estatua de hielo.

Y he aquí que Margarita franqueó la puerta del palacio. Soplaban en él vientos cortantes, pero cuando la niña rezó su oración vespertina, se calmaron como si les entrara sueño; y ella avanzó por las enormes salas frías y desiertas: ¡allí estaba Carlos! Lo reconoció enseguida, se le arrojó al cuello y, abrazándolo fuertemente, exclamó:
-¡Carlos! ¡Mi Carlitos querido! ¡Al fin te encontré!
Pero él seguía inmóvil, tieso y frío; y entonces Margarita lloró lágrimas ardientes, que cayeron sobre su pecho y penetraron en su corazón, derritiendo el témpano de hielo y destruyendo el trocito de espejo. Él la miró, y la niña se puso a cantar:
Florecen en el valle las rosas.
¡Bendito seas, Jesús, que las haces tan hermosas!

Entonces Carlos prorrumpió en lágrimas; lloraba de tal modo, que el granito de espejo le salió flotando del ojo. Reconoció a la niña y gritó alborozado:
-¡Margarita, mi querida Margarita! ¿Dónde estuviste todo este tiempo? ¿Y dónde he estado yo?
Y miraba a su alrededor.
-¡Qué frío hace aquí! ¡Qué grande es esto y qué desierto!
Y se agarraba a Margarita, que de alegría reía y lloraba a la vez. El espectáculo era tan conmovedor, que hasta los témpanos se pusieron a bailar, y cuando se sintieron cansados y volvieron a echarse, lo hicieron formando la palabra que, según la Reina de las Nieves, podía hacerlo señor de sí mismo y darle el mundo entero y un par de patines además.
Margarita lo besó en las mejillas, y éstas cobraron color; lo besó en los ojos, que se volvieron brillantes como los de ella; lo besó en las manos y los pies, y el niño quedó sano y contento. Ya podía volver la Reina de las Nieves; su carta de emancipación quedaba escrita con relucientes témpanos de hielo.

¿Será qué para poder ser libres necesitamos la ayuda de otra persona? ¿Qué solos no podemos conseguir armar la palabra ETERNIDAD?.
Me emociona esta parte cuando ella lo encuentra, cuando los bloques de hielo arman la palabra...
Pienso en jugar con cristales de hielo...

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