También las rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas murieron príncipes que eran como rayos negros, cegados por pétalos de sangre

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miércoles, 9 de junio de 2010

De celos y otros venenos

Paseando por la biblioteca camino a algún puesto comodo y cerca de la ventana que estuviera libre atravecé la zona de literatura, y dado que es una sección relativamente pequeña me da curiosidad leer los titulos disponibles. Así fue como me encontré con Azul... de Ruben Darío.
Uno de los pocos poetas que me gusta es Rubén Darío, seguramente porque cuenta historias con un aire exotico o lejano. El famoso libro Azul... lo había escuchado nombras varias veces, también había leido de él en otros relatos pero nunca lo había visto ni ojeado.

Como ya se imaginarán, un ejemplar se quedó pegado en mi mano camino a la ventana y luego me dediqué a leer algunos d elos cuentos antes de empezar a estudiar (no es entretenido sentarse directo a estudiar cuando los nivlees de estres no han llegado al maximo, cosa que probablemente suceda hoy). Y el relato que más me quedó se llama "La muerte de la emperatriz de la China", que les dejo [aquí] para que lean...

Las mujeres somos celosas, es cierto, es parte de nuestra naturaleza (venía incluido en el paquete, como se dice generalmente). Se podría escribir mucho acerca del por qué, los extremos y un largo etcétera, pero prefiero sugerir una solución: "hombres, sean tiernos y pacientes; demuestren dónde está su único interés y hagan desaparecer el detonante del monstruo verde de los celos". Igual que hizo (o dejó hacer, mas precisamente) este sabio protagonista.

[Dato curioso: a los celos se les describe de color verde asociandolo con la bilis, de la época que las emociones tenían asiento en algún organo específico]

Cuando los dos amados estaban juntos, se arreglaban uno al otro el cabello. «Canta», decía él. Y ella cantaba lentamente; y aunque no eran sino pobres muchachos enamorados, se veían hermosos, gloriosos y reales; él la miraba como a una Elsa, y ella le miraba como a un Lohengrin. Porque el Amor, ¡oh jóvenes llenos de sangre y de sueños!, pone un azul de cristal ante los ojos y da infinitas alegrías.

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