No es entretenido

tener que hacerte responsable de las consecuencias de tus actos.

No tener a nadie a quien responsabilizar de alguna decisión equivocada por actuar impulsivamente.

Ayer estaba de cumpleaños mi mami y una gran parte de mi se moría de ganas de haber viajado a saludarla y dejar abandonados los finales indefinidamente: aún hay mesas más adelante y hay que vivir la vida. La parte analítica de mí calculaba los finales que hay que rendir en cada mesa para que no se acumulen, ni me atrasen y estresen cuando llegue la hora de presentarse.

Adivinen cuál ganó. Usar el sentido común no es llevar una vida aburrida, pero se le parece mucho. (Está bien que hago cosas impulsivas de tanto en luego, pero es porque en los pocos nanosegundos antes de contestar sopesé los pros y contras muy a conciencia).

Así que sigo aquí, habiendo molestado a medio mundo para que el regalo llegara a tiempo, contándole a todos los que se acercan que quería viajar y que este año no puede caer de sorpresa y tuve que conformarme con llamar por telefono. Pero así es la vida, espero que algún dia tenga recompensa… más específicamente, espero ver la reconpensa este 13 de julio cuando apruebe pato; la recompensa lejana será cuando esté titulada y trabajando y sienta que estos años valieron la pena, espero que eso tampoco sea tan lejano.

De momento los contras de 1 kilo de helado me permitieron superar los pros de este fin de semana lejos de casa, y ya animada empezar a estudiar. (Era de cereza, y puede que me duela cuando me pese en la farmacia, pero también me propuse comer menos porciones y esto me permitirá recordarlo mejor).